Capitán Lagarta | El capitán, aunque no guste del trabajo, sabe lo que es
estar en el tajo. El trabajo físico jode la espalda y revienta a un santo: eso
se soluciona con un poco de piltra; pero cuando la presión es psicológica, no
deja dormir y acaba matando...
El
capitán, aunque no guste del trabajo, sabe lo que es estar en el tajo. El
trabajo físico jode la espalda y revienta a un santo: eso se soluciona con un
poco de piltra; pero cuando la presión es psicológica, no deja dormir y acaba
matando. Llaman mobbing a esa jodienda.
Los jefes, compañeros, subalternos e incluso
clientes -en este orden- pueden presionar al currante para que se
vaya de la organización. La manta de palos morales iniciará con suaves y
sutiles coacciones: “¿es usted el nuevo?”, “Dígame, ¿usted dónde estudió?, de modo que el primo notará que no hay buen rollo porque
estos comentarios se acompañan de un no se qué raro e indefinible: el leve
arqueo de una ceja, una sonrisita perfecta mostrando la piñata pero acompañada
de mirada inexpresiva. Las putadas irán in
crescendo: le retirarán la palabra, le harán el vacío, le
asignarán tareas infames, fiscalizarán escrupulosamente su trabajo: “¿usted dónde aprendió a
escribir?, vuelva a redactar el documento”, nada
estará nunca bien hecho, le criticarán y humillarán en público, le amenazarán
con el despido, le provocarán para que estalle, bromearán, atacarán su vida
personal, recibirá anónimos, soportará gritos, esconderán sus herramientas para
que no pueda hacer bien el trabajo, idearán triquiñuelas para que falle. De
este modo el trabajador diana se sentirá culpable, inútil, no conseguirá
desconectar. La depresión llamará entonces a la puerta, tendrá problemas en
casa: “¿qué
le pasa a papi? / qué le pasa a mami?”, la
fibromialgia, el reuma y al final, al final, el autocultivo de malvas. Una
conducta de acoso no constituye mobbing, es la reiteración la que daña, poco a
poco, como la tortura de la gota china. Gutta cavat lapidem. Lo mejor para el trabajador es borrarse -la bolsa o la
vida- pero, con los tiempos que corren, ¿qué será de su familia?. En la empresa
privada la peña se va a la primera de cambio, pero en la admistración pública
¿quién se atrevería a dejar una plaza?. Por esto hay más mobbing en lo público. Hay empresas comoFrance
Télécom donde
la tasa de suicidios supera la tasa “normal” de la población: los gabachos
tampoco se andan con chiquitas. Iñaki Piñuel, de profesión
loquero y especialista en el tema, caracteriza a las víctimas como asertivas,
valientes, vamos, que dicen las cosas. Dice además que profesionalmente son muy
válidas. El capitán se explica ahora por qué cuando era soldado raso oía
aquella máxima borreguil y mediocre de “no destaques; ni de primero ni
de último, vete siempre por el medio”. ¿Y
cómo son los malos de la película?. Gimeno
Lahoz, otro pólvora en el asunto, magistrado para más
inri, llama presión
laboral tendenciosa a esta fina molienda. Y a quienes manejan el
molinillo les denomina MIA: Mediocres
Inoperantes Activos. El capitán les
pondría otra sigla más fea, pero quienes le conocen saben que nunca es
descortés por bárbaro que sea el enemigo. Dejará entonces sea la imaginación
del inteligente lector quien les asigne etiqueta resolviendo el siguiente
enigma: “marca de impresora, dos letras”.
Estos angelitos no están locos, saben lo que hacen; en los juicios se les oirá
decir: “nosotros no pretendíamos hacerle daño, la persona es muy
sensible”. Nosotros, qué listos. Dicen
que son algo narcisistas, puede ser, pero lo más probable es que exuden envidia
por todos los poros de la piel. Se atribuye a Quevedoeso de que “la envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come”. Recuerde el lector aquella fábula en que la serpiente
persigue a la luciérnaga y esta un día, cansada, se da la vuelta y pregunta: “¿si
no comes bichos como yo, por qué me sigues?”. “Porque billas tanto...”, responde el ofidio. El capitán propone a la representación
legal de los trabajadores que le echen un par y peguen en el tablón de anuncios
un cartel que ponga arriba, bien grande y en rojo: “MOBBING” (todo
quisqui se
acercará), seguido del subtítulo “EN ESTA EMPRESA ESTÁ PROHIBIDO” y a
continuación 10 o 12 conductas de acoso laboral -ver Escala Cisneros-, aparejando a cada una de ellas un artículo apropiado del Código Penal. El cartel puede cerrar diciendo algo que no es nada del
otro jueves: “las grabaciones, aunque no sean consentidas, son prueba en los
procesos judiciales”. A ver quien es
el guapo o guapa de RRHH que ordena y manda se quite de inmediato un cartel tan
provocativo y falto de respeto. Al leerlo, quien sea bien nacido dirá: “cómo
está el patio”.
Quien no lo sea, pensará: “carajo,
hay que andarse con cuidado”. Los corderos
empezarán a hablar. La banda de simios del jefe MIA se disolverá. Y la víctima,
la víctima romperá a llorar, pues al fin sabrá lo que le pasa.